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A esta ambivalencia del narrador se debe que Tampico sea
A esta ambivalencia del narrador, se debe que Tampico sea calificada como “una de las obras ejemplares del género” de la novela antiimperialista, en el esclarecedor estudio de Luis Alberto Sánchez, y esté situada entre muchas otras narraciones escritas por latinoamericanos. El crítico peruano vincula la exacerbación de la temática antiimperialista —la denuncia de las atrocidades de las compañías fruteras, mineras, petroleras, entre otras— mu-opioid agonist partir de 1927, en la narrativa latinoamericana, con la rebelión de Augusto César Sandino, ocurrida ese mismo año, y con la “dollar diplomacy” instrumentada por el presidente republicano William Howard Taft (Sánchez: 483).
Si bien es cierto que el presidente demócrata Woodrow Wilson (1913-1921) se comprometió a finalizar con la también llamada “política del dólar”, en la práctica no se apreció el cambio (Meyer: 61). La diplomacia del dólar, ese intervencionismo económico de los Estados Unidos en los países latinoamericanos, se complementaba, por supuesto, con la fuerza militar en cuanto fuera necesario. Francisco Morales Padrón, estudioso de la narrativa hispanoamericana, a propósito del contexto en que fueron escritas muchas novelas antiimperialistas, cita las declaraciones del famoso y condecorado Smedley D. Butler, general brigadier de la infantería de marina, veterano de la toma de Veracruz (Morales Padrón: 147). Butler, en 1935 declaraba:
El valor testimonial de Tampico sin duda desborda las intenciones de su exquisito autor, quien se sentía más a gusto describiendo las finas maderas de los muebles de su casa, que padeciendo el asedio de la incomodidad, el calor y los mosquitos de los pueblos del Golfo de México. Joseph Hergesheimer hubiera rechazado aproximarse a esos intelectuales norteamericanos que, en la década de los veinte, se identificaron con las causas latinoamericanas y se volvieron radicalmente críticos de su situación en el sistema capitalista. Y sin embargo, coincide con ellos en su recreación del mundo colonizado.
La literatura de Sergio Pitol se caracteriza, entre otras cosas, por el riguroso trabajo al que es sometido el discurso literario con finalidad estética, por lo que sus producciones son obras compactas y conscientes del fin en sí mismas. No en vano algunos de sus cuentos vuelven a ser publicados en diferentes libros y alguno de ellos forma parte de una composición mayor: “El relato veneciano de Billie Upward” por ejemplo, se constituye en uno de los capítulos de (1982), al igual que “Cementerio de tordos” pasa a formar parte de un relato que escribe el protagonista en esta novela que, como la mayoría de los textos del escritor, consta de diversos niveles narrativos, ilustrando un estilo particular en el que la estructura de la materia discursiva es un aspecto fundamental en la conclusión estética del enunciado.
Uno de los elementos constructores del sistema poético del mexicano José Emilio Pacheco es la reflexión acerca de las leyes que gobiernan el universo físico en el que está inmerso el hombre. El presente artículo se propone abordar esta auténtica a partir de la metáfora del “fuego”, particularmente sugerente desde el segundo volumen lírico del poeta mexicano: . En mi opinión, esta metáfora se puede abordar siguiendo tres perspectivas fundamentales que permiten apreciar la complejidad y la riqueza de la cuestión. Habría que señalar, desde un principio, que la imagen del “fuego” en la cosmología poética de José Emilio Pacheco procede de una asimilación del pensamiento presocrático en general, pero también de algunos aspectos de las cosmogonías prehispánicas como la náhuatl, por ejemplo. De hecho, el sentimiento de la fugacidad del mundo, la preocupación por la duración de la materia y la pregunta acerca de la naturaleza efímera del ser humano vienen precedidos en el tiempo por una vena lírica que se remonta a varios siglos atrás. Ya están claramente presentes, por ejemplo, en la poesía de Nezahualcóyotl, Rey poeta de Texcoco, en cuya obra la fugacidad de la existencia se acompaña de la mutación de la propia materia. Esto me permite matizar la habitual limitación de la cosmovisión pachequiana a las influencias de la fulosofía presocrática, como si la herencia prehispánica a la que acabo de aludir fuese insignificante. En este sentido, resulta extraño que la crítica destaque el interés de Pacheco por las culturas del México antiguo, visible en sus traducciones, en sus aproximaciones y en la reapropiación de la tradición lírica náhuatl, pero que a la hora de analizar su cosmología poética ciertas aproximaciones enfaticen más bien la influencia presocrática (; ; ). Me parece que, al tiempo que se reconoce la presencia del pensamiento de Heráclito y otros filósofos presocráticos en nuestro poeta, hay que destacar precisamente la similitud entre estos ecos presocráticos y algunos aspectos de la cosmovisión prehispánica. Esta última está puesta de manifiesto en estudios como el de Carmen Alemany Bay donde se subraya la dialéctica que surge de las antinomias de la destrucción y de la armonía en la poetización del pasado precolombino y colonial mexicano. Este diálogo con el pasado nacional, según la estudiosa, “no es prioritario en su poética pero sí necesario porque esta temática ayudó al autor en sus primeros años de poeta a configurar la complejidad del mundo mexicano” y a potenciar la práctica de la intertextualidad que ocupa un lugar destacado a lo largo de su producción poética (5). Siguiendo una perspectiva similar a la de Alemany Bay, Elizabeth Monasterios Pérez analiza el poema “Árbol entre dos muros” de bajo la perspectiva de la dualidad y del movimiento. Para Monasterios Pérez, “puesto que dualidad y movimiento son precisamente los componentes básicos de la lógica cultural náhuatl, no parece arbitrario postular que el poema está recreando una temporalidad cuyo origen remite a la experiencia náhuatl del tiempo, expresada en los obstinados nacimientos del sol que, seguidos de inminentes desapariciones, dan paso a la eterna fricción de los contrarios” (43). Estamos invitados, pues, a entender la metáfora del “fuego” a lo largo de este estudio como un producto de la conjugación de las dos principales cosmologías en presencia: la presocrática y la prehispánica. Analizaré la metáfora del fuego aquí bajo una triple perspectiva. En primer lugar, estudiaré el fuego como una paradoja de la persistencia y del cambio. Después, me interesaré en el fuego como una fuerza destructora endógena. Por último, mostraré en qué medida la metáfora ígnea postula una ciclicidad de la materia.