Archives

  • 2018-07
  • 2019-04
  • 2019-05
  • 2019-06
  • 2019-07
  • 2019-08
  • 2019-09
  • 2019-10
  • 2019-11
  • 2019-12
  • 2020-01
  • 2020-02
  • 2020-03
  • 2020-04
  • 2020-05
  • 2020-06
  • 2020-07
  • 2020-08
  • 2020-09
  • 2020-10
  • 2020-11
  • 2020-12
  • 2021-01
  • 2021-02
  • 2021-03
  • 2021-04
  • 2021-05
  • 2021-06
  • 2021-07
  • 2021-08
  • 2021-09
  • 2021-10
  • 2021-11
  • 2021-12
  • 2022-01
  • 2022-02
  • 2022-03
  • 2022-04
  • 2022-05
  • 2022-06
  • 2022-07
  • 2022-08
  • 2022-09
  • 2022-10
  • 2022-11
  • 2022-12
  • 2023-01
  • 2023-02
  • 2023-03
  • 2023-04
  • 2023-05
  • 2023-06
  • 2023-08
  • 2023-09
  • 2023-10
  • 2023-11
  • 2023-12
  • 2024-01
  • 2024-02
  • 2024-03
  • 2024-04
  • 2024-05
  • 2024-06
  • 2024-07
  • 2024-08
  • 2024-09
  • 2024-10
  • Los aportes de la escuela

    2019-06-24

    Los aportes de la escuela francesa constituyen su núcleo central. La formación militar de argentinos por franceses data de 1955. En 1957 el coronel Carlos Rosas, egresado de la Escuela Francesa, asumió la subdirección de la Escuela Superior de Guerra y en 1959 se suscribieron una serie de convenios entre los ejércitos argentino y francés para la instalación de una misión militar francesa integrada por veteranos de Argelia. En 1962 el general Osiris Villegas, quien ocupó el puesto de subjefe del Estado Mayor del Ejército durante el gobierno de Arturo Illia y de secretario del Consejo Nacional de Seguridad (1968-1969) y embajador de Brasil (1969-1973) durante el gobierno de facto, publicó un trabajo teórico fundacional en relación con la problemática de la “guerra revolucionaria” denominado Guerra Revolucionaria Comunista. En el prólogo BI-1356 la primera edición señalaba lo que entendía por “subversión”: “el desarme espiritual y material de la Nación […] la corrupción, el envilecimiento de la justicia, el derrumbe de la economía, la agudización del desorden social.” En este texto el autor explicó en qué consistía la guerra revolucionaria, sus orígenes, evolución y proceso, la nueva concepción de la guerra y sus éxitos alcanzados, entre otras cuestiones. En los últimos capítulos estudió la situación estratégica actual, al enemigo y sus modos de acción para finalmente dar cuenta de la lucha contrarrevolucionaria y de la nueva misión que competía a las fuerzas armadas a diferencia de la guerra clásica. Ese lenguaje se trasladó a la Cámara de Diputados en 1964 cuando se debatió la sanción de normativas que le dieran al Estado instrumentos legales para enfrentar ese nuevo tipo de amenaza denominada “guerra revolucionaria”. La noción de “subversión” de ascendencia francesa apareció por primera vez en un conjunto de normas publicado en el Boletín Oficial en septiembre de 1973, mediante el “Acta de compromiso de la seguridad nacional” y la creación del Consejo de Seguridad Nacional que coordinaba la acción policial con las fuerzas de seguridad nacional y provinciales, la noción se institucionalizó un año después, con la promulgación de la ley antisubversiva: la Ley de Seguridad. Sólo cinco meses antes se había vuelto a reanudar la misión francesa con el coronel Robert Servant quien se instaló junto al jefe del Estado Mayor del Ejército, el general Jorge Rafael Videla. El golpe militar del 28 de junio de 1966 se materializó, lo que desde 1962 logró instalar la reacción “profesionalista” del ejército: la cohesión interna, la comprensión de los problemas sociales bajo el paradigma de la dsn y la idea de unas fuerzas armadas “por encima de la política” que invocaba metas de transformación estructural. Éstas actuarían a Operon través de un sistema institucional de “consulta”, de “decisiones” y de “planeamiento”: el Consejo Nacional de Desarrollo (creado durante el gobierno de Frondizi), Consejo Nacional de Seguridad, Consejo Nacional de Ciencia y Técnica, Estado Mayor Conjunto de las Fuerzas Armadas, la Secretaría de Informaciones del Estado (sIde) y la Junta Militar. Osiris Villegas, gran intelectual de la denominada Revolución argentina, ligaba seguridad y desarrollo: “no puede haber seguridad sin desarrollo, inversamente, tampoco desarrollo sin seguridad […]. Para la república, el desarrollo se convierte en la hora actual en condición indispensable para la seguridad, porque el desarrollo proporciona los factores con que se actúa en la protección de los intereses vitales de la Nación.” En Guatemala, desde la Constitución de 1945, el ejército se organizó como “institución garante del orden y de la seguridad interior y exterior”. En 1954 una fracción de las fuerzas armadas veló por el orden interno por entender que el enemigo estaba dentro del país. La Junta de Gobierno instalada se proclamó acatando los deseos del pueblo “para erradicar definitivamente el comunismo del suelo patrio.” La Ley Preventiva Penal contra el Comunismo, el Comité de Defensa Nacional contra el Comunismo y la Dirección Nacional de Seguridad Nacional no lograron definir al enemigo interno “comunista” lo que condujo a una represión política sin límites precisos que superó con creces las dos mil ejecuciones. Ydígoras Fuentes indicó el adiestramiento del ejército nacional en guerrillas y contraguerrillas y la formación de militares fuera del país: tanto en países vecinos, como en Estados Unidos (zona del canal de Panamá), Francia, España y Argentina, entre otros. La Ley de Defensa de las Instituciones Democráticas, que hizo más explícita la guerra ideológica, objetivó el pacto entre los partidos de centro derecha de 1960 por “la lucha ideológica y material en forma categórica y permanente contra el comunismo” y su apoyo y aval a la praxis de la alta jerarquía militar. Sin embargo, el concepto de “seguridad nacional” apareció más explícitamente en el pacto de 1966 entre Méndez Montenegro y la jerarquía militar.