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  • br Algunas conclusiones y una agenda abierta

    2019-04-29


    Algunas conclusiones y una agenda abierta El populismo, como un modo de inclusión radical que pone en cuestión los límites de la comunidad, ha sido una clave interpretativa recurrente Wnt agonist 1 Supplier la vez que obliga a poner atención en el contenido de las articulaciones. Esto tiene dos efectos, por un lado propone la salida del formalismo en que Laclau sitúa su teoría proveyendo un contenido (aunque variable) propio del populismo: “los de abajo”, “las tradiciones populares”, “los excluidos” o “los sin parte”. Por lo tanto no cualquier articulación de demandas en torno a un significante vacío que establezca una frontera en la sociedad podrá ser llamada populismo sino una variante particular de la lógica política que podemos definir como hegemónica. Por otro lado, lo anterior nos lleva a la necesidad de pensar en ese orden intervenido por la lógica populista que invoca la otra dimensión del populismo, que Aboy Carlés llama, fundacionalismo o regeneracionismo (un modo de cierre luego del momento de lo político), es decir, la nueva institución de ese orden. Nótese que hablamos de instituciones, por lo tanto es absurdo acusar al populismo de anti-institucionalismo, en todo caso nos queda por evaluar histórica y empíricamente la legitimidad y funcionamiento de las instituciones cristalizadas como sutura de la irrupción populista tanto como aquellas que efectivamente el populismo cuestiona y amenaza. Es preciso notar que son dos los problemas que se cruzan, la construcción de un régimen político y la producción de identidades colectivas, pero ambas comparten que el resultado del populismo realmente existente es de carácter histórico, no hay nada en el populismo que conduzca necesariamente a regímenes o identidades democráticas, ni nada que las condene al autoritarismo en ambos planos. La lógica de la articulación de demandas debe ser complejizada. Aceptar las demandas como unidades mínimas de análisis es perder un gran potencial en el estudio de los procesos políticos. Precisamente estas demandas (que al ser articuladas se transforman por los efectos indexales y experienciales que abre el discurso) son portadoras de historicidad y producto de procesos de producción de subjetividades en el que intervienen diferentes dispositivos de subjetivación (de producción del deseo/ demanda). En este sentido, creemos, apunta Aboy Carlés al identificar la necesidad de estudiar la intensidad de las demandas (o del daño), que además es necesario estudiar el modo en que las demandas se articulan más allá de un esquema equivalencial que ofrece una imagen de todas las demandas en igualdad de posiciones en el discurso. Más que una cadena en que los eslabones tienen un mismo estatus (excepto el que es universalizado) es preciso pensar en cómo se conforma ese racimo calidoscópico e inestable de demandas. En consecuencia, al esquema laclauniano de demandas que se equiparan horizontalmente y una de ellas se vacía parcialmente es preciso agregarle al menos otros dos esquemas complementarios. El primero, como expone Daniel de Mendonça, cuando la demanda se construye a partir de la provisión del discurso por parte del populismo que ofrece un marco de sentido capaz de significar una situación de subalternidad como injusta y seno de una demanda. Nótese que aquí la demanda no existe como tal previamente a sporophyte la intervención del discurso populista que la configura (pero no la inventa) en tanto la significa a partir de una lógica de derechos o de justicia social. El segundo modo se corresponde con una forma especular de constitución. A la manera del Estadio del espejo en Lacan, la construcción de una identidad no requeriría de una relación equivalencial entre las demandas sino que podría ser el resultado del reconocimiento a través de la representación ofrecida por el discurso populista (identificación imaginaria). Este segundo esquema acepta que puedan existir demandas ya arrojadas en el espacio público pero que su articulación puede no responder a la universalización de una de ellas sino a la irrupción del espejo que permite el reconocimiento de las partes como una totalidad, es decir, un proceso de identificación y producción de una subjetividad colectiva. En muchos estudios (fuera del campo posfundacional) la referencia a Laclau proviene de teorizar el “discurso populista”. Existe un frecuente equívoco que es interpretar esto como una reducción a una especie de lenguaje populista. Al respecto, el esfuerzo de Laclau por establecer el estatus de su categoría de discurso parece haber sido inversamente proporcional a su éxito. Quizá el mismo autor haya contribuido a esta confusión ya que sus ejemplos de populismo se basan, muchas veces, en una noción de discurso-textual y sus incursiones por la retórica profundizaron esta línea. Además, es preciso decirlo, la gran mayoría de las investigaciones “en perspectiva laclausiana” han construido corpus textuales (frecuentemente los discursos de los líderes “populistas”). Con esto, por un lado, se ha dejado de lado la idea de discurso como articulación de elementos (demandas o tradiciones populares) que por supuesto tienen materialidad en palabras, íconos, símbolos, gestos pero que no se agotan allí. Por otro lado, se ha desatendido otra dimensión consustancial en lo discursivo: el lugar de las condiciones de recepción (o reconocimiento) del discurso populista. Sin esta inclusión, la articulación queda subteorizada en su faz horizontal o subsumida a una estrategia del líder. Este reparo había sido realizado por Emilio de Ipola en 1979 ante la primera teoría del populismo de Laclau y sigue vigente. El problema es tal que desde diferentes perspectivas se vislumbran las condiciones que hacen posible los efectos de la seducción populista. En el caso de la teoría de Laclau, el asunto se deriva originalmente de la célebre noción de interpelación de Althusser y las condiciones para que el llamado sea respondido. Ahora bien, las condiciones de recepción del discurso, es evidente, son otras, son discursos sedimentados pero que no tienen necesariamente una forma articulada. En La razón populista será el psicoanálisis el que brinde pistas para pensar la cuestión a partir de la noción de afecto e investidura afectiva. La relación entre discurso, subjetividad y cultura queda entonces a la vez delineada e insuficientemente abordada.