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  • En todos los casos podemos

    2019-06-20

    En todos los casos, podemos ver una serie de experiencias personales presentadas tras el maquillaje de la experiencia compartida (o compartible), en una ecuación donde lo que se subraya es la diferencia entre las propuestas (el color del maquillaje, si se me permite la expresión). La relevancia del individuo no conduce 5-lipoxygenase la exploración ontológica, como sucede con la generación del desencanto (Flores: 91-93) o con la generación de los cincuenta (Calderón 2005b: 56-57), sino a una exploración íntima cuyos resultados procuran ser una sublimación artística de la experiencia personal. De este modo, mientras unos escriben sobre lo que leen y lo subliman en la máscara poética, otros prefieren escribir sobre lo que han vivido y atesoran en la memoria, recreándolo bajo distintas formas literarias, o sobre lo que viven diariamente y es susceptible de ser analizado con una perspectiva crítica, pero siempre con el afán de destacar en el embotellamiento poético de su generación, donde las fórmulas de identidad se multiplican e incluso resulta difícil encontrar rasgos compartidos entre 5-lipoxygenase un libro y el siguiente escrito por el mismo autor. Pienso, por ejemplo, en proyectos continuos, pero tan diferentes en su realización, como y No todas las islas (2012) de Zazil Alaíde Collins o y de Karen Villeda, donde la clave de la evolución escritural de cada proyecto parece centrada en deslindarse de sus propios libros anteriores.
    Hacia una sociología del individualismo poético y la poesía de ruptura: una poética de la copresencia Hablamos de una generación que no forma filias ni por su estética ni por sus puntos de vista; de una generación cuyos miembros no han tenido el tiempo para estrechar lazos entre ellos, aunque coinciden continuamente en lecturas, presentaciones, páginas web, concursos, editoriales, etc. Como la generación precedente (Gordon: 138), no han firmado un manifiesto conjunto y su incidencia en la cultura ha sido en el plano personal. Pese a no compartir una agenda común ni cultivar un decálogo estético, pareciera que la insignificancia de los componentes sociales, políticos, económicos, culturales, artísticos, etc., de su contexto, los ha conducido naturalmente en una misma dirección. Estamos delante de una generación sometida más a la pérdida de certezas que a orientaciones claras y para la que se radicaliza la distancia cronológica del 68, que ya resulta crítica para Jorge Humberto Chávez (nacido en 1959): “si naciste en el 59 para el 68 tenías nueve años / una edad así puede ser conveniente / por ejemplo para no saber” (38). Si los miembros más prominentes de la generación comparten el individualismo y aspiran a una producción exclusiva que se distinga del resto, esta “similitud de lo disimilar” a la que se refiere Samuel Gordon, quizá no se produce por azar: una mirada a la cronología de Malva Flores en un libro lúcido y redondo como El ocaso de los poetas intelectuales y la “generación del desencanto”, nos permite advertir que donde la “literatura difícil” (encabezada por la poesía) revelaba un público especializado, la literatura light o democrática apuntaba a un periodo de democratización de los medios de expresión que sería impensable, por supuesto, sin cuestionar la hegemonía centralista de los años previos (22-25). En ese proceso, saldría a la luz una generación cuya obra podría haberse identificado por su compromiso social como una reacción a la represión política del 68, pero que ante el cambio de los vientos políticos y frente a sensory (afferent) pathways la tolerancia del gobierno de Echeverría, dejó de tener sentido y cayó en un absurdo expresivo, pasó por el escepticismo al tratarse de una poesía que “no servía para nada” y encalló en una poesía testimonial, hasta convertirse en la generación del desencanto (91-195). Los herederos de una generación desencantada llegan (vivencial, no editorialmente) en este punto. Quienes nacieron entre 1975 y 1985 están muy alejados del compromiso social; no dependen de circunstancias externas ni de señas de identidad construidas en el trajín político, social, económico o cultural de su contexto, dudoso y decepcionante por la constante desconfianza en las instituciones (al final, han nacido en un mundo de becas que incentivan la creación poética, lo que de alguna manera los ha obligado a “confiar” en las instituciones). Del ejemplo de poetas tan influyentes en la vida pública como Octavio Paz habrán aprendido a separar creación poética y pensamiento político (Pozas Horcasitas: 235-244). Una generación que no vivió la Revolución mexicana y a la que el Movimiento del 68 le llega de oídas. Nacidos durante el sexenio de López Portillo, cruzaron por el sexenio continuista y algo gris de Miguel de la Madrid y vivieron el auge del neoliberalismo mexicano con Salinas de Gortari (y su desplome en términos económicos al final del sexenio), de modo que más que un gobierno autoritario, conocieron una presidenciagerencia con un rostro democrático (Roderic Ai Camp) y profundamente modernizador (Pozas Horcasitas: 253-265). Son jóvenes que votaron por primera vez en las elecciones del 2000 y ganaron en elecciones democráticas con el Gobierno del Cambio encabezado por Vicente Fox… aunque luego sufrieron durante 6 años los escándalos televisivos montados en su contra con el propósito de dar una imagen torpe y ridícula del mismo presidente y de su gabinete (Yépez 2010: 46-59). Fueron protagonistas del Gobierno del Cambio, pero no podían enorgullecerse de ello y en las elecciones del 2012 descubrieron que la alternancia política era una utopía. #YoSoy132 llegó tarde para ellos y se esfumó rápidamente. Ni el 68, ni las elecciones del 2000 ni las del 2012 resultaron movimientos suficientemente significativos en sus vidas como para definir su identidad creadora. El fenómeno no es exclusivo de México, como lo demuestra su repetición en otras latitudes; Ben Clark (Ibiza, 1984) se queja en uno de los poemas de Los hijos de los hijos de la ira (2006) de que sus padres les reprocharon no conocer el hambre de la guerra ni el ruido de las bombas al caer, pero a su generación le tocó perder el pasto en el parque a cambio de la plancha fría de hormigón (“‘Hijos de la bonanza’ nos llamaban […] Y cuando nuestras piernas tan delgadas / caían y sangraban porque el parque / era de un hormigón armado y frío, / se quedaban callados, observando / nuestro llanto con un gesto de sorna”: 15); Nurit Kasztelan (Buenos Aires, 1982), en la Lógica de los accidentes, mira a las generaciones de la dictadura argentina con la misma distancia crítica en el poema “Del aire no se tiene memoria pero de la falta sí” (“Todavía me resuena / una frase de mi abuelo / con ese complejo de guerra: / comete todo el plato / la comida no se tira. // El miedo siempre / que en el futuro falte”).