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    2019-06-24

    Además, apoyándose en comentarios de Luis Mario Schneider, Mojarro complementa la historización del movimiento centrándose en Arqueles Vela, “retaguardia de la vanguardia” —debido Cy3 NHS ester que Vela no firmó ninguno de los manifiestos estridentistas y era el menos visible, actuando siempre desde la trinchera de los artículos y notas periodísticas que escribía (46)—, y su salida de México hacia Europa en lugar de hacia Xalapa en 1925. Dato de interés es que para el periodo de 1926 a 1927, dice Mojarro, “consta que realizó viajes esporádicos” (50) a Xalapa, si bien no dio noticia de la partida hasta el 29 de julio de 1926 (50, 51). En esta primera parte, también ubica Mojarro (1927-28, aunque publicado por primera vez en 1977) (70) como obra póstuma del Estridentismo, si bien reconoce que el vanguardismo Cy3 NHS ester se halla mucho más atenuado y el juego con los elementos constitutivos de la narración y el lenguaje no es tan extremo como en los otros tres relatos, ya que no subjetiviza tanto al sujeto, no da protagonismo a los objetos y tiene un argumento lineal y sin lirismo (57, 58). Punto de interés, para futuros estudios, es que Jorge Mojarro hace notar una relación entre y (1922) del, admirado por Vela, Ramón Gómez de la Serna (69). II. En la segunda parte de su trabajo, Jorge Mojarro analiza los tres “cuentos”, que es como Mojarro denomina los relatos “La señorita Etcétera”, “El café de Nadie” y “Un crimen provisional” (57, 58), que componen , proponiendo que los relatos se dividen en secuencias o escenas, debido a su “carácter cinemático y visual” (74). De su análisis destacan las notas derivadas del cotejo entre las dos versiones de “La señorita Etcétera” (1922 y 1926) (90, 91). Al revisar con detenimiento las tres obras de nos damos cuenta de que las afirmaciones del artículo “El Estridentismo y la teoría abs-traccionista” (1923) se cumplen y ejemplifican, pues en los cuentos Vela se aleja de la mímesis de la narrativa tradicional para, paradójicamente, hacerlos más realistas, auténticos, incorporando lo absurdo, incoherente e inverosímil (69).
    Resulta difícil encontrar, en el ámbito de la crítica literaria, libros verdaderamente arriesgados: a menudo, se trata de estudios académicos un tanto mecánicos en los que el autor, luego de presentar su hipótesis, nos conduce, sin apenas demorarse, hacia su comprobación; en los casos de los libros con un perfil más historiográfico, el meollo está en ajustar de modo orgánico los acontecimientos del contexto social, político, literario, etc., que puedan ayudar a comprender mejor los contenidos del texto. Pocos libros, sin embargo, se proponen ofrecer una aventura intelectual genuina en la que el crítico teje y desteje la madeja delante nuestro para ofrecer, con honestidad y asombro, una perspectiva viva del complejo material de estudio: el poema. Este libro de Evodio Escalante representa bien el lance intelectual donde, pese a soil su tamaño más bien compacto (apenas poco más del centenar de páginas), se advierte el desarrollo de un pensamiento sintético y maduro, dispuesto a sugerir ideas y, en la misma proporción, a arriesgarse por caminos originales para entender el contexto poético y filosófico detrás del de Jorge Cuesta y con ello el poema mismo; a veces, incluso, en varias direcciones al mismo tiempo. De hecho, su naturaleza intrépida se nos devela desde las primeras páginas cuando en un Prefacio (9-10), breve y anecdótico, Evodio Escalante recuerda cómo, a principio de los años ochenta, Rubén Salazar Mallén le preguntó durante una tertulia improvisada: “¿Y qué opina usted del ?”, a lo que Escalante respondió: “No puedo opinar porque no entiendo el poema” (10). Este sentimiento de impotencia es el que dejan los grandes poemas; recordemos que, como nos cuenta José Pascual Buxó, el canario Pedro Álvarez de Lugo, muerto en 1706, “leyó y releyó muchas veces” el de sor Juana “y, al final, confesó ‘ingenuamente’ haberlo entendido muy poco”; considerando que eran muchos los lectores que naufragarían también en ese “oscuro laberinto y continuado enigma”, terminó por redactar una de varios folios (, 2010, 260). La anécdota de la tertulia en casa de Salazar Mallén me parece fundamental para descifrar el estilo y estructura de todo el libro que nos propone Escalante, análogo en muchas cosas a la de Pedro Álvarez de Lugo: se trata de un ejercicio hermenéutico en el que, desde una compleja trama de referencias filosóficas asequibles a Cuesta durante los años de redacción del poema y desde pistas que continuamente se criban del otro poema imprescindible de la literatura mexicana, , de José Goros-tiza, el crítico explica lira a lira el poema completo. Según este plan, el libro se divide en un capítulo instrumental con los conceptos básicos que permiten al lector entender el sentido y la intención del poema (“Introducción. Bases filosóficas del poema”, 11-34), al que le siguen cuatro capítulos más, de acuerdo a la organización en cuatro secciones advertida en las 37 liras del poema, división propuesta por el mismo Escalante desde 1988 y que confirma ahora, como una composición musical iniciada con un , seguida por un hasta un angustiante y concluida con un triunfal, con partes simétricas, todas de 9 liras salvo la final, con 10 (“Un paseo por el mundo fenoménico”, 35-43; “El Narciso de la inmovilidad”, 45-52; “El poder de la roca”, 53-68; “El señor del tiempo”, 69-90). El libro tiene dos finales complementarios: un “Epílogo” (91-93) donde Escalante da una ligera muestra de los problemas que conlleva la interpretación de un poema inacabado y un “Apéndice. ‘Monsieur Teste’ a prueba” (95-102), en el que revisa y evalúa críticamente los principales argumentos sobre la “leyenda negra” de Cuesta y del .