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  • Desde ese ngulo es visible c mo la

    2019-04-20

    Desde ese ángulo es visible cómo la Antigüedad vivía en la medida que era apropiada por los criollos: la gramática latina de Andrés Bello fue novedosa en cuanto explicó la lengua desde el castellano actual (y americano), con la conciencia que éste tenía una estructura distinta. Los símbolos grecorromanos fueron retomados y reciclados entre nosotros: el gorro que de la antigua Frigia había pasado Cabozantinib Supplier los libertos romanos y de ahí a los revolucionarios franceses terminó en las cabezas de los federales argentinos. Las poses clásicas de atlantes y cariátides fueron asumidas en los nuevos escudos nacionales de la Gran Colombia y Chile, pero por indios. El viejo motivo del centauro se reveló el más adecuado para los pueblos jinetes de América, se asentó en el himno colombiano (“Centauros indomables descienden de los llanos”) y su refriega con un león, que ya se encuentra en la impronta de un sello de Asiria y en una miniatura de Samarcanda, fue retomado para simbolizar la victoria de los llaneros sobre el león hispano. Las citas se podrían multiplicar, sólo están aquí para recalcar el siguiente paso, por el cual con el tiempo el ejemplo antiguo empezó a ser más bien la ilustración de nuestros males. Ya hablé de Bolívar, y a éste escribía Santander el 21 agosto 1826: “Me parece que ya no nos hemos parecido a Roma en virtudes, nos parecemos renovando las escenas de Mario y Sila”. Pontificaba José Antonio Páez en sus memorias: “hemos tenido, como tuvo Roma, pretorianos que quisieron gobernar a su antojo y capricho la república” (él no pertenecía a esa categoría, por lo visto). El deán Gregorio Funes se agarraba la cabeza: “cuando fijamos la consideración en nuestras disensiones, no parece sino que Cicerón, Tácito y Salustio escribieron para nosotros”. Los antiguos dejaban de ser el modelo porque estaba ocupando ese lugar la Europa moderna. En especial la Francia, su sinécdoque: los franceses, que tienen imaginación, “son los griegos de nuestros tiempos”. Sus gramáticas, manuales y florilegios fueron citadas en los planes de estudio, ya se mencionó, pero más que ese material de difícil acceso fueron devorados, y cada vez más, los libros en los cuales los nuevos griegos interpretaban a los antiguos. Ambas cosas decía el monarquista José Francisco Heredia al hablar de los jóvenes que, tras atropelladas lecturas, querían dar a molecules Venezuela, “casi en la infancia de la civilización” instituciones republicanas “que no ha podido sufrir la ilustrada Francia, la Grecia de nuestros días”. Dicha influencia terminó acortando el camino hacia los clásicos: el muy erudito Hipólito Unanue citaba muy cómodamente a Homero en francés; la Iliada de Pope fue la de Bolívar. Se preguntaba con extrañeza Pedro Henríquez Ureña por qué Carlos María de Bustamante, bachiller en artes y licenciado en derecho, que había redactado una inscripción en latín, recurrió, para su traducción escolar de la Eneida hacia 1830, a la versión francesa de Leblond, excusándose por no saber suficiente francés (y salió por supuesto plagada de errores). Tales refritos explican la distinta grafía de los nombres antiguos que empezó a divulgarse y por qué las defensas del estudio de los clásicos se dirigían contra quienes afirmaban que todo se había ya traducido, como hacía Andrés Bello en Chile y fray Manuel de San Juan Crisóstomo Nájera en México en 1843. Defensas comprensibles en un medio en que los libros europeos pulularon, entre ellos una vieja novela como Las aventuras de Telémaco (1699) de François Fénelon, que al parecer se puso muy de moda entre los curas neogranadinos: en Patía varios de ellos le preguntaron al francés Boussingault si lo había leído, popularidad que le había otorgado un vendedor ambulante que precedía a dicho viajero distribuyendo ejemplares del best seller. El Telémaco vuelve a aparecer acá y allá en distintas fuentes y lo estaba traduciendo la mexicana Leona Vicario antes de ser procesada. Es significativo cómo los críticos del modelo antiguo entendían que el apasionamiento de los legisladores chilenos por la antigüedad se debía “sin duda por preocupaciones sacadas de las ideas pedagógicas de las clases de latinidad” y se les aconsejaba estudiar a Tucídides “o la excelente historia de Grecia por Mitford”. Paradójico que el demócrata radical que fue José Victorino Lastarria esté recomendando la History of Greece (1784-1810) del tory inglés William Mitford, cuyo violento espíritu antijacobino lo llevó a atacar la democracia griega.