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  • Pudo un Max Aub que conoc a

    2019-04-20

    ¿Pudo un Max Aub que conocía de primera mano los ambientes de galería y de taller, incluyendo el de Picasso en París, se jactaba de un olfato para la pintura que le llevó 1-Deoxynojirimycin comprar a Ramón Gaya su primera acuarela cuando nadie lo conocía (Aub, 1971b: 403), y no viajaba sin su pequeño juego de materiales caligráficos, haber dado el pequeño paso que le separaba de la práctica efectiva de la pintura? Todo lleva a pensar que, siquiera de manera eventual, así fue, aunque lo único cierto es que Max Aub, desdiciéndose a sí mismo —a Couffon declara en la citada entrevista que no volverá a pintar más— siguió pintando más allá de Jusep Torres Campalans, perfecto sosias para dar a ver nuevas obras sin comprometer su prestigio como escritor. De entrada, este desdoblamiento va a ampliar notablemente su radio de acción al permitirle actuar en dos planos paralelos modulables a voluntad, tal y como sucede en Juego de cartas (México: Finisterre, 1964), nuevo alarde editorial donde retoma el modelo epistolar empleado en Luis Álvarez Petreña bajo un formato mucho más experimental: si allí las misivas de algunos conocidos dibujaban parte del perfil del protagonista, aquí es la vida entera de un tal Máximo Ballesteros la que se desglosa en cartas (epístolas) impresas al dorso de 104 cartas (naipes de 11x17cm) ilustradas con tintas de colores por Campalans. Fiel a su título, la noción de juego constituye la razón de ser de la novela y justifica su calificación de obra abierta más allá del hecho literal de presentarse estuchada y sin encuadernar, porque al lector corresponderá barajar el mazo e ir estableciendo aleatoriamente la secuencia de lectura —las cartas carecen de numeración o pauta de ordenación alguna— y, en consecuencia, la articulación biográfica del personaje. Por aquel entonces, sin embargo, el verdadero juego pictórico maxaubiano se estaba desarrollando a cuenta de las secuelas de la exposición y la publicación de Jusep Torres Campalans, y es que, si algo hemos visto del revuelo que el fenómeno levantó en México —y, en menor medida, en España—, el impacto alcanzado en Francia y en Estados Unidos por las traducciones correspondientes apenas se quedó atrás. Dejaremos para más tarde el carácter de ambas y de cuantas les siguieron y nos limitaremos a labia majora subrayar en este punto el hecho de que, así como la edición francesa no llevó aparejada exposición alguna, Aub tuvo a bien aceptar la sugerencia del traductor estadounidense, Herbert Weinstock, cuando le propuso que, caso de obrar todavía en su poder los cuadros mexicanos, él mismo “podría gestionar una muestra de ellos aquí en Nueva York en una galería de arte en la fecha de publicación del libro”, persuadido como estaba de que “esto podría dar un tremendo impulso al libro y sería además muy divertido” (1962: 1). “Referente a la exposición —responde Aub— estoy completamente de acuerdo. Tengo algunos cuadros, otros están en posesión de amigos, otros se vendieron a la salida de la edición mexicana. Los cuadros se vendieron con un ejemplar del libro a un precio bastante remunerativo. Otros se vendieron en el extranjero y no me será posible conseguirlos pero puedo volver a hacerlos sin mayor dificultad…” (1962a: 1). Y así fue, efectivamente, aunque de lo pintado para la exposición celebrada en la Bodley Gallery entre el 29 de noviembre y el 10 de octubre de 1962 apenas tenemos constancia gráfica, porque el catálogo editado al efecto sólo contiene descripciones técnicas y la edición del libro en Doubleday, a la que volveremos enseguida, únicamente incorpora reproducciones del material ya conocido. Fernando Huici estima que a los 35 originales mexicanos Aub añadió otros 48 cuadros pintados para la ocasión (38), de los cuales se tienen hoy localizados solamente nueve: cuatro exhibidos en Valencia con motivo de la exposición dedicada a Jusep Torres Campalans en 2000 y otros cinco —uno de ellos regalado en su día a Camilo José Cela por el autor— que se incorporaron a la organizada en Madrid en 2003. El engranaje edición-exposición, con la consiguiente incorporación de nuevas obras, se diría establecido como pieza necesaria de la maquinaria Campalans si nos atenemos a los planes para la edición del libro nueve años después, en la editorial española Lumen, señalados por Aub en carta dirigida a la agente literaria Carmen Balcells: